18/10/2012
Unidad 1
1. Comenta este resumen de la carta de Benedicto XVI con motivo de la jornada misionera y envía tu comentario al correo antes del lunes a las 17.00 horas:
La
celebración de la Jornada Misionera Mundial de este año adquiere un significado
especial. La celebración del 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano
II, la apertura del Año de la Fe y el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva
Evangelización, contribuyen a reafirmar la voluntad de la Iglesia de
comprometerse con más valor y celo en la misión ad gentes, para que el
Evangelio llegue hasta los confines de la tierra.
El
Concilio Ecuménico Vaticano II, con la participación de tantos obispos de todos
los rincones de la tierra, fue un signo brillante de la universalidad de la
Iglesia, reuniendo por primera vez a tantos Padres Conciliares procedentes de
Asia, África, Latinoamérica y Oceanía. Obispos misioneros y obispos autóctonos,
pastores de comunidades dispersas entre poblaciones no cristianas, que han
llevado a las sesiones del Concilio la imagen de una Iglesia presente en todos
los continentes, y que eran intérpretes de las complejas realidades del
entonces llamado “Tercer Mundo”. Ricos de una experiencia que tenían por ser
pastores de Iglesias jóvenes y en vías de formación, animados por la pasión de
la difusión del Reino de Dios, ellos contribuyeron significativamente a
reafirmar la necesidad y la urgencia de la evangelización ad gentes, y de esta
manera llevar al centro de la eclesiología la naturaleza misionera de la
Iglesia.
La fe y el anuncio
El
afán de predicar a Cristo nos lleva a leer la historia para escudriñar los
problemas, las aspiraciones y las esperanzas de la humanidad, que Cristo debe
curar, purificar y llenar de su presencia. En efecto, su mensaje es siempre
actual, se introduce en el corazón de la historia y es capaz de dar una
respuesta a las inquietudes más profundas de cada ser humano. Por eso la
Iglesia debe ser consciente, en todas sus partes, de que “el inmenso horizonte
de la misión de la Iglesia, la complejidad de la situación actual, requieren
hoy nuevas formas para poder comunicar eficazmente la Palabra de Dios”
(Benedicto XVI, Exhort. apostólica postsinodal Verbum Domini, 97). Esto exige,
ante todo, una renovada adhesión de fe personal y comunitaria en el Evangelio
de Jesucristo, “en un momento de cambio profundo como el que la humanidad está
viviendo” (Carta apostólica Porta fidei, 8).
En
efecto, uno de los obstáculos para el impulso de la evangelización es la crisis
de fe, no sólo en el mundo occidental, sino en la mayoría de la humanidad que,
no obstante, tiene hambre y sed de Dios y debe ser invitada y conducida al pan
de vida y al agua viva, como la samaritana que llega al pozo de Jacob y
conversa con Cristo. Como relata el evangelista Juan, la historia de esta mujer
es particularmente significativa (cf. Jn 4,1-30): encuentra a Jesús que le pide
de beber, luego le habla de una agua nueva, capaz de saciar la sed para
siempre. La mujer al principio no entiende, se queda en el nivel material, pero
el Señor la guía lentamente a emprender un camino de fe que la lleva a
reconocerlo como el Mesías. A este respecto, dice san Agustín: “después de
haber acogido en el corazón a Cristo Señor, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer
[esta mujer] si no dejar el cántaro y correr a anunciar la buena noticia?” (In
Ioannis Ev., 15,30). El encuentro con Cristo como Persona viva, que colma la
sed del corazón, no puede dejar de llevar al deseo de compartir con otros el
gozo de esta presencia y de hacerla conocer, para que todos la puedan
experimentar. Es necesario renovar el entusiasmo de comunicar la fe para
promover una nueva evangelización de las comunidades y de los países de antigua
tradición cristiana, que están perdiendo la referencia de Dios, de forma que se
pueda redescubrir la alegría de creer. La preocupación de evangelizar nunca
debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del
cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser
destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio. El punto central del
anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado para la
salvación del mundo, el Kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada
hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito,
el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza
humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el
ofrecimiento de sí mismo en la cruz.
En
este designio de amor realizado en Cristo, la fe en Dios es ante todo un don y
un misterio que hemos de acoger en el corazón y en la vida, y del cuál debemos
estar siempre agradecidos al Señor. Pero la fe es un don que se nos dado para
ser compartido; es un talento recibido para que dé fruto; es una luz que no
debe quedar escondida, sino iluminar toda la casa. Es el don más importante que
se nos ha dado en nuestra existencia y que no podemos guardarnos para nosotros
mismos.
El anuncio se transforma en caridad
¡Ay
de mí si no evangelizase!, dice el apóstol Pablo (1 Co 9,16). Estas palabras
resuenan con fuerza para cada cristiano y para cada comunidad cristiana en
todos los continentes. También en las Iglesias en los territorios de misión,
iglesias en su mayoría jóvenes, frecuentemente de reciente creación, el
carácter misionero se ha hecho una dimensión connatural, incluso cuando ellas
mismas aún necesitan misioneros. Muchos sacerdotes, religiosos y religiosas de
todas partes del mundo, numerosos laicos y hasta familias enteras dejan sus
países, sus comunidades locales y se van a otras iglesias para testimoniar y
anunciar el Nombre de Cristo, en el cual la humanidad encuentra la salvación.
Se trata de una expresión de profunda comunión, de un compartir y de una
caridad entre las Iglesias, para que cada hombre pueda escuchar o volver a
escuchar el anuncio que cura y, así, acercarse a los Sacramentos, fuente de la
verdadera vida.
Junto
a este grande signo de fe que se transforma en caridad, recuerdo y agradezco a
las Obras Misionales Pontificias, instrumento de cooperación en la misión
universal de la Iglesia en el mundo. Por medio de sus actividades, el anuncio
del Evangelio se convierte en una intervención de ayuda al prójimo, de justicia
para los más pobres, de posibilidad de instrucción en los pueblos más
recónditos, de asistencia médica en lugares remotos, de superación de la
miseria, de rehabilitación de los marginados, de apoyo al desarrollo de los
pueblos, de superación de las divisiones étnicas, de respeto por la vida en
cada una de sus etapas.
Queridos
hermanos y hermanas, invoco la efusión del Espíritu Santo sobre la obra de la
evangelización ad gentes, y en particular sobre quienes trabajan en ella, para
que la gracia de Dios la haga caminar más decididamente en la historia del
mundo. Con el Beato John Henry Newman, quisiera implorar: “Acompaña, oh Señor,
a tus misioneros en las tierras por evangelizar; pon las palabras justas en sus
labios, haz fructífero su trabajo”. Que la Virgen María, Madre de la Iglesia y
Estrella de la Evangelización, acompañe a todos los misioneros del Evangelio.
Benedicto XVI,Vaticano, 6 de enero de 2012, solemnidad de la
Epifanía del Señor
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